En su primera aparición, el Ángel introduce a los Pastorcitos en esta relación de intimidad con Dios, a través de la adoración, que es la única respuesta apropiada al Misterio de Dios que se acerca.
Las Apariciones del Ángel también introducen a los Pastorcitos en el misterio del Amor de Dios por ellos y en cómo vivir ese amor debía manifestarse en su amor por la humanidad. Así lo expresaba la hermana Lucía: “Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu, como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo le agradaba, cómo, por atención a él, convertía a los pecadores”.
Como vemos, desde las Apariciones del Ángel se nos dan los dos grandes ejes de la centralidad de Dios en Fátima: la Trinidad y la Eucaristía, presentes a lo largo de los tres ciclos de las Apariciones.
La Eucaristía se convierte en parte central de la vida de los Pastorcitos en su triple dimensión:
- Misterio creído: la constante profesión de fe en la presencia de Jesús en la Eucaristía.
- Misterio celebrado: la participación en la Eucaristía siempre que es posible y las largas horas de adoración Eucarística.
- Misterio vivido: la entrega eucarística de sus vidas a semejanza de Jesús.
En las apariciones del Ángel hay el primer contacto, el encantamiento, el inicio de la relación.
Con Nuestra Señora, después de algún tiempo de este “conocimiento experiencial,” viene la invitación al compromiso y a la entrega total, que lleva a la verdadera intimidad: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”
Nos cuenta la Hna. Lucía:
“Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc.) que abrió por primera vez las manos, comunicándonos una luz tan intensa, como el reflejo que de ellas salía, que penetrándonos en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso íntimo también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente".
A medida que las Apariciones se desarrollan y que el conocimiento/intimidad de los Pastorcitos con Nuestra Señora y con Dios - que era esa luz - se van intensificando, también la centralidad trinitaria-cristológica va quedando progresivamente más clara.
Francisco se convirtió en un “pequeño teólogo” sin siquiera haber aprendido a leer, por la experiencia íntima de Dios, renovada en el encuentro cotidiano con Él en la oración del Rosario y en la Adoración Eucarística.
Jacinta, a medida que experimentaba la presencia de Dios en su vida - “Siento a Nuestro Señor dentro de mí. Comprendo lo que me dice y no lo veo ni lo oigo; ¡pero es tan bueno estar con Él!” - pasó de “pastora” a “cordero,” imitando a Aquel que se ofreció a Sí mismo en sacrificio por la salvación de todos. De hecho, la alegría de la entrega por los pecadores y para reparar el Inmaculado Corazón de María “era su ideal, era de lo que hablaba,” como afirma la Hna. Lucía.
Lucía “aprendió la obediencia en el sufrimiento” y de ese modo fue “llevada a la perfección” (cf. Hb 5,8), convirtiéndose en centinela, profeta y custodia del Mensaje que le fue confiado, dejándose “devorar interiormente por el celo” (Sl 69,10) de la Misión recibida.