Mc 7, 1-8.14-15.21-23
1 de septiembre de 2024
El Evangelio relata uno de los significativos enfrentamientos entre Jesús y los fariseos, conocidos por su estricta adhesión a la Ley de Moisés y las numerosas tradiciones que se habían desarrollado a lo largo del tiempo dentro de la comunidad judía. En este pasaje, los fariseos están escandalizados porque los discípulos de Jesús no observan minuciosamente los rituales de purificación establecidos por la tradición.
Para los fariseos, estas reglas externas eran esenciales para mantener la pureza ritual, la cual, en su visión, estaba estrechamente vinculada a la relación con Dios. Cualquier desobediencia a estos rituales era percibida como una amenaza al orden religioso y espiritual.
Sin embargo, Jesús responde a este escándalo con una enseñanza profundamente transformadora que desafía la comprensión tradicional de la pureza. En lugar de centrarse en la pureza ritual externa, que depende del cumplimiento de normas y ritos prescritos, Jesús invita a una reflexión más profunda sobre la verdadera fuente de la pureza.
Afirma que la pureza no debe medirse por lo que entra en el cuerpo o por el cumplimiento de rituales externos, sino por lo que sale del corazón del ser humano. Es en el corazón donde se originan los pensamientos, intenciones, sentimientos y acciones, y es ahí donde se define la verdadera pureza o impureza.
Con esta enseñanza, Jesús introduce un cambio radical en la forma en que se debe entender la relación con Dios.
En lugar de depender de las reglas exteriores y las observancias rituales acumuladas por la tradición, Jesús señala hacia la importancia de la vida interior. La verdadera pureza no se encuentra en la adherencia externa a las normas, sino en la disposición del corazón humano.
Si el corazón está lleno de amor, justicia, compasión y sinceridad, entonces las acciones que brotan de ese corazón serán puras, independientemente de si cumplen con los rituales establecidos por las tradiciones humanas.
Este mensaje de Jesús desafía no solo a los fariseos de su tiempo, sino también a todos sus seguidores en el presente, a revisar sus propias vidas y motivaciones. Nos invita a realizar un examen de conciencia, a mirar dentro de nosotros mismos y preguntarnos cuáles son las verdaderas razones detrás de nuestras decisiones y acciones diarias. ¿Actuamos movidos por un deseo genuino de hacer la voluntad de Dios y de vivir de acuerdo con los principios del amor y la justicia? ¿O nuestras acciones están motivadas por el deseo de cumplir con las expectativas externas, seguir tradiciones solo por costumbre o "mantener las apariencias" ante los demás?
Jesús nos llama a un camino de autenticidad y profundidad espiritual, donde lo más importante no es lo que los demás ven o las reglas que seguimos exteriormente, sino la sinceridad y pureza de nuestras intenciones y acciones. Nos invita a preguntarnos si nuestras decisiones reflejan un corazón verdaderamente alineado con la voluntad de Dios, o si simplemente seguimos normas y tradiciones de manera superficial, sin que estas realmente impacten nuestro interior.
Este pasaje del Evangelio es un poderoso recordatorio de que Dios no solo observa nuestras acciones externas, sino que examina el corazón de cada persona. Nos desafía a vivir con coherencia, a ser personas cuyo interior esté lleno de la luz y el amor de Dios, de manera que nuestras acciones reflejen esa pureza interior que nace de una vida en comunión con Él.
No se trata de rechazar las tradiciones en sí mismas, sino de asegurarnos de que no se conviertan en formalismos vacíos que nos impidan alcanzar una verdadera conversión del corazón. Al final, lo que Dios busca es un corazón limpio, una vida que brote del amor sincero y del deseo de cumplir su voluntad en todo momento.
Ricardo Casimiro